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Leyenda - Cabañas y el diablo


El obispo tenía por costumbre recorrer, por las noches, las pocas calles que por aquellos entonces tenía Guadalajara con la finalidad de reunir a los niños que dormían a la intemperie y darles refugio en la Casa de la Misericordia.

En esos tiempos, lo que hoy se conoce como Calzada Independencia, era el Río San Juan de Dios que dividía a Guadalajara en dos. Sobre el río había un puente que mandó hacer el prelado y donde vio a una persona que vestía túnica y sayal que le cubrían de los pies a la cabeza y que le impedía llegar al otro extremo.

Se saludaron y esa extraña figura preguntó a Cabañas sobre su identidad. También le advirtió que aquella Casa de la Misericordia sería tomada por la milicia como cuartel y posteriormente destruida.

Le dijo que ahí habría una de las luchas más sangrientas del país, en la que morirían miles de inocentes y caerían derrumbas muchas construcciones, entre ellas la Casa de la Misericordia, por lo que quedarían desamparados todos los niños que ahí habitaban.

Para evitar la desgracia el interlocutor de Cabañas le ordenó que se hincara frente a él y lo adorara, entonces, el abad comprendió que era Satanás quien le dijo que nunca lo había tentado porque lo protegía un crucifijo que el obispo portaba, sin embargo, ese día no lo llevaba consigo. El sacerdote se negó, enfatizando que solo frente a Dios y la Virgen podría hacerlo.

Luzbel desapareció y simultáneamente los perros de la ciudad comenzaron a aullar al unísono, mientras que el ambiente se impregnaba de olor a azufre.

Pasaron los años y aunque la Casa de la Misericordia no fue destruida, con la llegada de la Independencia, el Hospicio fue ocupado por los realista y convertido en cuartel, cárcel y caballeriza teniendo diversos usos durante 18 años.

Con este hecho se relaciona uno de los murales de la Capilla Mayor del Hospicio Cabañas, pintado por el jalisciense, José Clemente Orozco quien seguramente conocía de la leyenda, por lo que el artista plasmó la imagen del obispo Cabañas con un crucifijo de oro pendiendo del cuello y debajo de éste, con los pliegues del ropaje se forma la cara de un demonio sonriente.




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